Y en ese momento cuando nuestros labios aún seguían despidiéndose, unidos en aquel triste abrazo supe que al separarnos sufriría un proceso de automutilación personal. Supe que tras de mí tendría que dejar algo más que tu olor y tu sabor, que ese momento significaría el fin de mí mismo tal y como me conocía. Lo supe y tú también. Lo supe y te dejé tomar la decisión. Te convertí en mi verdugo, mi asesino.
Esperaste un instante. Alargaste con dulzura el momento y con los ojos cerrados. Una lágrima recorrió mi mejilla y te decidiste al fin, a separarte lentamente de mí, arrebatándome el último aliento. Muy lentamente, como queriendo evitar un dolor que sabías irremediable. Muy lentamente para evitar la conciencia de que nuestros labios ya no se tocaban, alimentando la sensación todavía caliente del contacto, regalándome tu respiración.
Yo aún lo sentía sobre mí, aún tenía dentro de mí toda la felicidad compartida, las risas, los llantos, las caricias, aún me sentía, aún me pertenecía... Nuestros labios separados por pocos milímetros se agarraban a un beso aún latente en la piel, se resistían al adiós y reproducían una sensación ya inexistente, extendiendo el momento de tal modo que cuando quise darme cuenta, tu boca ya había desaparecido.
Por último, sabiéndote la responsable de mi fin, dándome tu último regalo, aceptando tu egoísta cobardía separaste tu mano de la mía con una última caricia acabando así con nuestra unión. Mientras tus dedos recorrían la palma de mi mano recordé todos los buenos y malos momentos. Cada milimétrico avance de tus dedos me transportaban a una despedida.
Cuando tus dedos acariciaron mi muñeca me encontraba envuelto en tus brazos, embriagado en tu olor, despidiéndome de la seguridad de saber que alguien mataría monstruos por mí.
Tu dedo índice me arrastró, navegando por la línea de la vida a un paisaje con sabor a sal, donde dije adiós a la risa frenética, libre y sincera.
Cuando tu pulgar coqueteó tímido con mi meñique, cada una de las ágrimas que se escapaban traviesas y furtivas de mis ojos encontraban consuelo por última vez.
Y ya para finalizar cuando nuestros dedos se resbalaron temerosos, recorriendo los últimos segundos de contacto ya sólo las yemas de nuestros corazones seguían unidas.
Entonces, la banda sonora se acabó y Sabina nos dedicó un 'nos volveremos a ver'.
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